sábado, 13 de marzo de 2010

Matnú

Este fue mi primer cuento publicado en papel, en la antología Sin equipaje de la editorial Dunken (y no puse un peso, que conste), y tiene una historia curiosa. En ese tiempo estaba escribiendo (quizás deba decir intentando escribir) una novela policial, y en un pasaje en el cual el protagonista busca información sobre Matnú, se encuentra con este cuento, supuestamente anónimo, y lo asombra. La cosa es que inmediatamente después de haberlo escrito decidí sacarlo fuera de la novela como cuento corto y, ya ven, tuvo su éxito.
Posteriormente fue publicado en web en la revista Sinergia.

Bajé por Defensa mientras armaba mi tuco y lo encendía en la punta. Aspirarlo mucho de entrada siempre me sofocaba pero el tuco era un vicio indescriptible, un vuelo rasante sobre calderas ardientes, y te pedía que lo aspires con fuerza. Empalmé con Hernandarias y llegué al aguantadero de don Miguel. El tipo vendía merca a buen precio y le pedí una linda carga, para revender, y entonces fue cuando me habló por primera vez de Matnú. Me dijo que el tuco era tan bueno porque lo traía de ahí y que si quería me podía mostrar cómo llegar.
Yo dudé un poco porque don Miguel era un tipo hábil que no perdía el tiempo ni el negocio con un revendedor por nada, y se lo dije. Él me respondió que estaba un poco cansado del negocio y que, no sabía por qué, cada día se le hacía más difícil salir de Matnú; era cosa de esas calles laberínticas que tenía, me dijo, que lo mareaban y que, temía, acabarían por atraparlo definitivamente si no se alejaba a tiempo.
La verdad que la oportunidad me gustó y acepté. Esa misma noche don Miguel me acercó con su camioneta hasta una de las entradas, como él le decía, que estaba en la calle Araoz y Puerto de Palos, a la vuelta de Caminito. Me hizo bajar. Me dijo que tenía que seguir a pie, que él ya no se metería en Matnú nunca más. Antes de irse me tiró el nombre del Tuerca y de Mustafá, dos contactos de adentro de la Ciudad de los Herejes. Avancé unas cuadras hasta que pronto me perdí entre tanta curva y, no sé cómo, fui a dar con el tugurio del Tuerca. Entré intentando no llamar demasiado la atención pero fue al cuete. Ya me estaban esperando adentro y, según me dijeron después, todos en Matnú estaban al tanto del cambio de distribuidor. El tuerca se me acercó y extendió la mano. Yo le puse un fajo de billetes de cien en la palma y él sonrió. Después vino Mustafá que había dejado de apretujarse con una mina, trayendo un paquete de buen tamaño. Me lo dio y me dijo: “Mañana queremos bufosos pibe. No nos traigas guita. En Matnú necesitamos muchos bufosos”. Luego me dieron el olivo y caminé por una hora hasta encontrar Caminito y poder salir a una avenida. La verdad que no pude entender por qué era tan difícil orientarse allí.
Días más tarde, cuando los intercambios de armas por drogas era habitual entre nosotros, el tuerca me palmeó un hombro y se me acercó por la espalda. Puso su boca cerca de mi oído y me dijo: “Esta tarde lo perdí al Mustafá, pibe. Mañana venite que vos lo vas a reemplazar”. Me hablaba de ocupar un lugar en su pandilla y de vivir allí, en Matnú, para siempre, la Ciudad de los herejes, cuna de la corrupción, la violencia y la muerte, de la que no se podía salir si uno pasaba demasiado tiempo dentro. Le sonreí al tuerca y me fui sin decir nada.
Esa noche me llevó más tiempo que de costumbre orientarme, ya que cada vez que giraba a derecha o izquierda volvía a encontrarme con el tugurio del tuerca. Cuando el corazón empezó a golpearme el pecho del susto, encontré la salida de la ciudad y regresé a casa casi corriendo, mirando todo el tiempo para atrás para ver si alguien me seguía.
Después de esa vez, a Matnú no volví nunca más, y retomé la reventa del tuco en Avellaneda y Lanús, lugares más caretas pero con abundante clientela; y es aún hoy que por las noches, cuando estoy parado en alguna esquina oscura esperando a los giles con mis fasos y el tocho en las manos, que siento la respiración del tuerca detrás de la oreja y el susurro de sus palabras que lastiman: “Venite a Matnú, pibe. Todavía te estamos esperando”.

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